Según un estudio llevado a cabo con herramientas estadísticas y
simulaciones por ordenador, el objeto caído en Cheliábinsk a principios
de este año pudo desprenderse del asteroide 2011 EO40, que fue detectado
hace dos años y que los científicos calificaron como "potencialmente
peligroso". Estas son algunas de las conclusiones del estudio llevado a
cabo por los investigadores Carlos y Raúl de la Fuente, de la
Universidad Complutense de Madrid.
Científicos españoles que estudian este
fenómeno explican de dónde proviene el meteorito que cayó en Siberia el
año pasado. Fuente: NASA / Adam Block y Tim Puckett
El pasado 15 de febrero una lluvia de meteoritos
en los Urales rusos llamó la atención del mundo entero,
ocupando las cabeceras de todos los telediarios y las portadas de los
periódicos a nivel mundial. No es frecuente que un objeto sideral de 20 metros
de diámetro sobrevuele y explote sobre una ciudad a plena luz del día.
La observación de meteoros y estrellas fugaces se
suele asociar con las horas nocturnas, pero este meteoro ocurrió a
primera hora de la mañana y antes de explotar y desintegrarse llegó a ser más
brillante que el propio Sol. Quizás hace miles de años que no sucedía algo
similar. Episodios tan energéticos como el de Cheliábinsk tienen lugar cada 100
años, en promedio.
Carlos y Raúl de la Fuente,
astrofísicos de la Universidad Complutense de Madrid, han publicado recientemente un estudio acerca del origen del meteorito que cayó sobre Cheliábinsk el pasado mes de febrero. Según sus cálculos, se desprende que el objeto impactado es un fragmento del asteroide 2011 EO40.
El último se produjo también en Rusia, en concreto
en la región de Tunguska en Siberia, en 1908. La gran diferencia
entre estos dos acontecimientos está en que mientras el de Tunguska tuvo lugar
en una región remota y prácticamente deshabitada, la ciudad de Cheliábinsk
tiene más de un millón de habitantes. Afortunadamente, el objeto responsable
del episodio de Cheliábinsk tenía un tamaño sustancialmente inferior al de
Tunguska y ningún fragmento de gran tamaño llegó a alcanzar el suelo.
Pudo ser un desastre importante pero se quedó en
un susto y en una poderosa llamada de atención sobre los peligros intrínsecos
asociados a estos visitantes extraterrestres.
¿De dónde vino el objeto que sobrevoló los Urales
rusos? ¿Qué sabemos sobre su origen? ¿Hay más como él ahí fuera?
Desde el punto de vista de los asustados
habitantes de la región de Cheliábinsk el objeto parecía venir del Sol.
Muchos de ellos vieron como el Sol se partía
cuando de su fulgor surgió el superbólido. Si, superbólido. En Astronomía, a los meteoros
brillantes se les denomina bólidos pero este caso fue especial, mucho más
brillante de lo normal, de ahí lo de superbólido.
Este nuevo Sol era sólo aparente, fruto de la
perspectiva de observación. Esta casualidad permitió que se acercase sin ser
detectado. En realidad y antes de penetrar en la atmósfera terrestre, el
objeto había seguido una órbita elíptica con un foco en el Sol, como siguen la
mayoría de los objetos que forman parte del Sistema Solar, como sigue
nuestro planeta Tierra.
Objetos más pequeños y que finalmente
colisionaron con la Tierra habían sido detectados en el pasado gracias a que durante su aproximacióna nuestro
planeta, sus órbitas les colocaron alejados del Sol desde la
perspectiva de un observador terrestre. Así fue relativamente
fácil localizarlos. Mala suerte con el superbólido de
Cheliábinsk.
Pero, si el objeto parecía venir de la dirección
del Sol, ¿qué órbita seguía antes del 5 de febrero? Esta pregunta se la
hicieron muchos investigadores segundos después de hacerse públicas las
primeras imágenes del dramático evento. A las pocas horas se dieron las
primeras estimaciones de la órbita y en pocos días había media docena de
posibles soluciones orbitales.
Todas ellas señalaban a un meteoroide, pequeño
asteroide de menos de 20 metros de diámetro, perteneciente a la clase dinámica
de los Apolos como el culpable del dramático espectáculo observado sobre
Cheliábinsk. Estos asteroides toman su nombre del asteroide Apolo, líder de la
clase. Todos ellos tienen semiejes mayores (tamaño característico de la órbita)
mayores que 1 AU (1 UA o unidad astronómica es la distancia media entre la Tierra
y el Sol y es igual a 150 millones de kilómetros) y su perihelio (distancia
mínima con respecto al Sol) es menor que 1,017 AU).
Aunque potencialmente peligrosos, objetos tan
pequeños como el responsable del superbólido de Cheliábinsk deben provenir de
objetos más grandes, y por lo tanto, mucho más destrucitivos. Si es un fragmento, el cuerpo del que proviene debería
moverse en una órbita similar. Si buscamos entre los asteroides conocidos uno
con una órbita parecida a la del superbólido y hacemos un estudio comparativo
de la evolución de su órbita en el pasado podemos confirmar o desmentir una
posible relación dinámica entre los cuerpos.
Desafortunadamente, varias de las soluciones eran
mutuamente incompatibles y esto impedía llegar a conclusiones sólidas.
Debido a ello investigadores de la Universidad Complutense de Madrid
decidieron usar
técnicas de Monte Carlo para obtener la órbita más probable seguida por
el
superbólido de Cheliábinsk antes de su entrada en la atmósfera de
nuestro
planeta.
Básicamente esta técnica consiste en probar con
miles de millones de órbitas hasta dar con la que tiene la probabilidad de
colisión más alta con nuestro planeta el día en que fue observado el meteoro.
La órbita calculada confirma que se trató de un Apolo pero, al ser más precisa permitió a estos mismos investigadores
buscar de forma eficiente objetos relacionados dinámicamente con
el superbólido entre los más de 600.000 asteroides
conocidos.
El pariente estadísticamente más probable del
superbólido resultó ser 2011 EO40, un asteroide poco conocido y de unos 200
metros de diámetro. ¿Cómo
puede un asteroide tan grande como este perder un fragmento como el que dio
lugar al superbólido? Desafortunadamente, la mayoría de los asteroides son
inherentemente frágiles, conglomerados de rocas, polvo y hielo caracterizados
por una escasa cohesión.
La fuerza de gravedad que los mantiene ligados es
débil y pueden perder material con facilidad a través de colisiones, fatiga
térmica, fuerzas de marea o rotación excesiva. Todos los objetos que se mueven
en órbitas como la que tenía el superbólido antes de su choque con la Tierra se
aproximan al Sol más que Venus y se alejan del Sol más que Marte, esto se
traduce en grandes cambios de temperatura que tras miles de órbitas pueden
afectar a su integridad física.
Por si esto no fuese suficiente, todos los cuerpos
que se mueven en órbitas análogas a la del superbólido sufren frecuentes
encuentros cercanos con Venus, el sistema Tierra-Luna y Marte. Durante estos
encuentros cercanos, las fuerzas de marea pueden facilitar el desprendimiento
de fragmentos.
Finalmente, las colisiones entre asteroides,
además de producir fragmentos, pueden inducir rápida rotación de los mismos. Si
la velocidad de rotación es excesiva, se pueden desprender fragmentos. Los
cálculos realizados por los investigadores de la Universidad Complutense
sugieren que el objeto que produzco el superbólido se desprendió de un objeto
más grande, quizás hace 20.000 o 40.000 años.
Además indican que 2011 EO40 no está sólo. Una
veintena de asteroides poseen órbitas similares y algunos de ellos podrían ser
fragmentos de 2011 EO40 o de un objeto mayor.
Sin embargo, los errores asociados a sus
órbitas son relativamente grandes y es difícil hacer predicciones fiables sobre
futuras colisiones de miembros de este grupo con la Tierra; desafortunadamente, tampoco se pueden descartar.
¿Cómo podemos confirmar que el superbólido de
Cheliábinsk y el asteroide 2011 EO40 están relacionados genéticamente y no sólo
dinámicamente? Para ello es necesario probar que tienen la misma composición
química. La del superbólido se conoce bien a través del análisis de sus
meteoritos, la del asteroide puede obtenerse analizando la luz que refleja
usando técnicas espectroscópicas o tomando muestras si se decide mandar una
sonda espacial para hacer el trabajo de campo.
El análisis espectroscópico se puede hacer en
junio del año que viene, cuando nos visite otra vez. No es necesario
alarmarse, no colisionará con la Tierra si no que pasará a más de 10 millones
de kilómetros de ella.
Raúl de la Fuente Marcos, astrofísico de la Universidad Complutense de Madrid
http://rusiahoy.com.
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