El pasado 15 de febrero una lluvia de meteoritos en los Urales rusos llamó la atención del mundo entero, ocupando  las cabeceras de todos los telediarios y las portadas de los periódicos a nivel mundial. No es frecuente que un objeto sideral de 20 metros de diámetro sobrevuele y explote sobre una ciudad a plena luz del día. 

La observación de meteoros y estrellas fugaces se suele asociar con las horas nocturnas,  pero este meteoro ocurrió a primera hora de la mañana y antes de explotar y desintegrarse llegó a ser más brillante que el propio Sol. Quizás hace miles de años que no sucedía algo similar. Episodios tan energéticos como el de Cheliábinsk tienen lugar cada 100 años, en promedio.

Carlos y Raúl de la Fuente,

astrofísicos de la Universidad Complutense de Madrid, han publicado recientemente un estudio acerca del origen del meteorito que cayó sobre Cheliábinsk el pasado mes de febrero. Según sus cálculos, se desprende que el objeto impactado es un fragmento del asteroide 2011 EO40.

El último se produjo también en Rusia, en concreto en la región de Tunguska  en Siberia, en 1908. La gran diferencia entre estos dos acontecimientos está en que mientras el de Tunguska tuvo lugar en una región remota y prácticamente deshabitada, la ciudad de Cheliábinsk tiene más de un millón de habitantes. Afortunadamente, el objeto responsable del episodio de Cheliábinsk tenía un tamaño sustancialmente inferior al de Tunguska y ningún fragmento de gran tamaño llegó a alcanzar el suelo. 

Pudo ser un desastre importante pero se quedó en un susto y en una poderosa llamada de atención sobre los peligros intrínsecos asociados a estos visitantes extraterrestres. 

¿De dónde vino el objeto que sobrevoló los Urales rusos? ¿Qué sabemos sobre su origen? ¿Hay más como él ahí fuera?
 
Desde el punto de vista de los asustados habitantes de la región de Cheliábinsk el objeto parecía venir del Sol. 

Muchos de ellos vieron como el Sol se partía cuando de su fulgor surgió el superbólido. Si, superbólido. A los meteoros brillantes se les denomina bólidos pero este caso fue especial, mucho más brillante de lo normal, de ahí lo de superbólido.

Este nuevo Sol era sólo aparente, fruto de la perspectiva de observación. Esta casualidad permitió que se acercase sin ser detectado.  En realidad y antes de penetrar en la atmósfera terrestre, el objeto había seguido una órbita elíptica con un foco en el Sol, como siguen la mayoría de los objetos que forman parte del  Sistema Solar, como sigue nuestro planeta Tierra. 

Objetos más pequeños y  que finalmente colisionaron con la Tierra habían sido detectados en otras ocasiones ya que sus órbitas les colocaron alejados del Sol desde la perspectiva de un observador en la Tierra. Así fue relativamente fácil localizarlos. Mala suerte con el superbólido de Cheliábinsk. 

Pero, si el objeto parecía venir de la dirección del Sol, ¿qué órbita seguía antes del 5 de febrero? Esta pregunta se la hicieron muchos investigadores segundos después de hacerse públicas las primeras imágenes del dramático evento. A las pocas horas se dieron las primeras estimaciones de la órbita y en pocos días había media docena de posibles soluciones. 

Todas ellas señalaban a un meteoroide, pequeño asteroide de menos de 20 metros de diámetro, perteneciente a la clase dinámica de los Apolos como el culpable del dramático espectáculo observado sobre Cheliábinsk. Estos asteroides toman su nombre del asteroide Apolo, líder de la clase. Todos ellos tienen semiejes mayores (tamaño característico de la órbita) mayores que 1 AU (1 UA o unidad astronómica es la distancia media entre la Tierra y el Sol y es igual a 150 millones de kilómetros) y su perihelio (distancia mínima con respecto al Sol) es menor que 1,017 AU). 

Aunque potencialmente peligrosos, objetos tan pequeños como el responsable del superbólido de Cheliábinsk deben provenir de objetos más grandes. Si es un fragmento, el cuerpo del que proviene debería moverse en una órbita similar. Si buscamos entre los asteroides conocidos uno con una órbita parecida a la del superbólido y hacemos un estudio comparativo de la evolución de su órbita en el pasado podemos confirmar o desmentir una posible relación dinámica entre los cuerpos. 

Desafortunadamente, varias de las soluciones eran mutuamente incompatibles y esto impedía llegar a conclusiones sólidas. Recientemente, investigadores de la Universidad Complutense de Madrid han usado técnicas de Monte Carlo para obtener la órbita más probable seguida por el superbólido de Cheliábinsk antes de su entrada en la atmósfera de nuestro planeta. 

Básicamente esta técnica consiste en probar con miles de millones de órbitas hasta dar con la que tiene la probabilidad de colisión más alta con nuestro planeta el día en que fue observado el meteoro. La órbita calculada confirma que se trató de un Apolo pero al ser más precisa permitió a estos mismos investigadores buscar objetos dinámicamente relacionados entre los más de medio millón asteroides conocidos.  

El pariente estadísticamente más probable del superbólido resultó ser 2011 EO40, un asteroide poco conocido y de unos 200 metros de diámetro. ¿Cómo puede un asteroide tan grande como este perder un fragmento como el que dio lugar al superbólido? Desafortunadamente, la mayoría de los asteroides son inherentemente frágiles, conglomerados de rocas, polvo y hielo caracterizados por una débil cohesión.



La fuerza de gravedad que los mantiene ligados es débil y pueden perder material con facilidad a través de colisiones, fatiga térmica, fuerzas de marea o rotación excesiva. Todos los objetos que se mueven en órbitas como la que tenía el superbólido antes de su choque con la Tierra se aproximan al Sol más que Venus y se alejan del Sol más que Marte, esto se traduce en grandes cambios de temperatura que tras miles de órbitas pueden afectar a la integridad física del asteroide. 

Por si esto no fuese suficiente, todos los cuerpos que se mueven en órbitas análogas a la del superbólido sufren frecuentes encuentros cercanos con Venus, el sistema Tierra-Luna y Marte. Durante estos encuentros cercanos, las fuerzas de marea pueden facilitar el desprendimiento de fragmentos. 

Finalmente, las colisiones entre asteroides, además de producir fragmentos, pueden inducir rápida rotación de los mismos. Si la velocidad de rotación es excesiva, se pueden desprender fragmentos. Los cálculos realizados por los investigadores de la Universidad Complutense sugieren que el objeto que produzco el superbólido se desprendió de un objeto más grande, quizás hace 20.000 o 40.000 años.

Además indican que 2011 EO40 no está sólo. Una veintena de asteroides poseen órbitas similares y algunos de ellos podrían ser fragmentos de 2011 EO40 o de un objeto mayor. 

Sin embargo, los errores asociados  a sus órbitas son relativamente grandes y es difícil hacer predicciones sobre posibles colisiones con la Tierra en el futuro de miembros de este grupo, pero desafortunadamente tampoco se pueden descartar.

¿Cómo podemos confirmar que el superbólido de Cheliábinsk y el asteroide 2011 EO40 están relacionados genéticamente y no sólo dinámicamente? Para ello es necesario probar que tienen la misma composición química. La del superbólido se conoce bien a través del análisis de sus meteoritos, la del asteroide puede obtenerse analizando la luz que refleja usando técnicas espectroscópicas o tomando muestras si se decide mandar una sonda espacial para hacer el trabajo de campo.

El análisis espectroscópico se puede hacer en junio del año que viene, cuando nos visitará otra vez. No es necesario alarmarse, no colisionará con la Tierra si no que pasará a más de 10 millones de kilómetros de ella.

 Raúl de la Fuente Marcos
Raúl de la Fuente Marcos, astrofísico de la Universidad Complutense de Madrid.
http://rusiahoy.com