El
pasado 21 de mayo Rusia comenzó a celebrar el Día del Explorador Polar. La
fecha no es fortuita, precisamente ese día en 1937 en el Polo Norte la estación
científica soviética Polo Norte-1 desembarcó sobre hielo por primera vez en la
historia.
El
segundo desembarco sobre hielo de una base a la deriva se hizo esperar 12 años,
hasta 1950.
No es
de extrañar que el presidente ruso haya dispuesto incluir esta fecha en el
calendario para homenajear a los exploradores polares: el 20% del territorio de
Rusia se encuentra dentro del círculo polar ártico.
Esta
característica geográfica durante muchos años se consideraba una circunstancia
más bien desfavorable para Rusia pero la situación está cambiando. Ya hay cola
de los países que quieren ingresar en el Consejo Ártico a pesar de que
sus habitantes apenas han visto el hielo.
Hay
muchos motivos para ello, pero los principales son dos. El primero es que la
plataforma ártica es muy rica en yacimientos de petróleo y gas. El segundo, que
a causa del calentamiento global la ruta marítima del norte, una ruta de
navegación que une el océano Atlántico con el océano Pacífico a lo largo de las
costas de Rusia y cuyas partes ahora sólo están libres de hielo durante dos
meses al año, será navegable durante más tiempo haciendo competencia a los
canales de Suez y Panamá.
Para no
perder su control soberano sobre estas riquezas Rusia tendrá que poner orden en
su sector del Ártico.
Basalto
y granito
En 1999
el barco científico alemán Polarstern (Estrella Polar) recogió muestras del
sedimento del fondo marino en las inmediaciones de la Cresta Mendeléev del
sector ártico ruso. Al analizarlas, los científicos anunciaron que habían
encontrado basaltos en las pruebas.
La
presencia de los basaltos indica que esta parte del fondo marino nunca había
sido prolongación sumergida de la masa continental, así que no puede ser
calificada como 'plataforma continental'. Como consecuencia, en virtud del
Convenio de Ginebra de 1958 sobre plataforma continental y la Convención sobre
el Derecho del Mar de 1982, Rusia no tiene derecho a explotar esta parte del
fondo marino, Patrimonio Natural de la Humanidad, que no pertenece a nadie.
En
agosto de 2000 el buque ruso de investigaciones polares 'Académico Fiódorov' se
dirigió a la Cresta Mendeléev para desmentir los resultados de los
investigadores alemanes. Las muestras recogidas por la expedición rusa
contienen granito, lo cual prueba que las cordilleras árticas submarinas de
Lomonósov y Mendeléev que se extienden hasta Groenlandia, son la continuación
geológica de su plataforma continental. Esto significa que el país conserva su
derecho de explotar 1.200.000 kilómetros cuadrados en la Región Ártica, donde
se encuentran enormes yacimientos de petróleo y gas.
En el
sector del Ártico ruso había más zonas que podrían suscitar controversia. Por
lo tanto, Rusia reanudó a partir de 2003 las expediciones científicas polares
que desde 2007 se realizan conjuntamente con investigadores extranjeros, para
luego evitar las discusiones sobre basalto y granito.
En 2009
los canadienses y los estadounidenses organizaron su propia expedición polar
que investigó el fondo marino en sus respectivos sectores del Ártico, no sea
que luego lo clasifiquen también como "patrimonio de la humanidad".
En
la encrucijada
El
calentamiento global, sean cuales
sean sus causas, es una realidad. El hielo del Océano Ártico se derritió a un
ritmo récord en 2012, el noveno año más cálido desde que se iniciaron los
registros al respecto, en 1979.
A este
paso la ruta marítima del Norte no tardará en convertirse en el camino más
corto entre el Pacífico y el Atlántico, lo cual supondría un importante
beneficio para Rusia.
El polo
norte, donde el océano Glacial Ártico se halla congelado casi en su totalidad,
fue dividido en cinco sectores que delimitaban las posesiones circumpolares de
los países adyacentes: Canadá, Estados Unidos, Rusia, Noruega y Dinamarca. Pero
ahora esta región se ha vuelto tan popular que incluso los países subtropicales
pretenden convertirse en exploradores polares y solicitan ingreso en el Consejo
Ártico.
Creado
en 1996, este organismo tiene por objetivo “fomentar la cooperación,
coordinación y interacción entre los Estados Árticos, con la participación de
las comunidades indígenas del Ártico” y ocuparse de los temas relativos al
“desarrollo sostenible y la protección del medioambiente del Ártico”.
Al
principio fue formado por ocho miembros permanentes con derecho a voto: los
estados ya enumerados y otras tres naciones árticas: Islandia, Finlandia y
Suecia. Luego se incorporaron al consejo los observadores (sin derecho a voto):
Reino Unido, Francia, Alemania, España, Holanda y Polonia.
En la
última cumbre se les unieron otros seis países: China, Italia, Japón, Corea del
Sur, India y Singapur que de repente se preocuparon por la libertad de
expresión de los pueblos árticos y el bienestar de los osos polares.
De esta
manera el Consejo Ártico quedó convertido en una herramienta geopolítica de
control sobre los estados árticos para no permitir que dispongan de territorios
más allá del Círculo Polar según se les antoje.
Los
voluntarios son bienvenidos
Cuando
en 2003 el gobierno ruso decidió reanudar las investigaciones polares mediante
expediciones científicas en las bases flotantes, abandonadas tras la
desintegración de la URSS, los funcionarios tuvieron tanta prisa en cumplir las
órdenes del Kremlin que la primera expedición terminó en fracaso. El témpano de
hielo que se había elegido, según los exploradores, por los altos cargos, se
agrietó mucho antes del plazo previsto para finalizar la expedición.
Cinco
meses más tarde el ya mencionado barco alemán Polarstern en medio del estrecho
de Fram dio con un fragmento del témpano que había albergado la estación
flotante rusa. Entre muchos indicios de una apresurada evacuación destacaban
barriles con combustible apilados y abandonados a su suerte, cosa absolutamente
inadmisible según todos los convenios y las reglas no escritas de los
exploradores polares.
Entonces,
por solidaridad profesional, los alemanes pusieron orden en el témpano sin armar
ruido e incluso enviaron los efectos personales de los desventurados
expedicionarios rusos a San Petersburgo. Tal vez ahora no hagan lo mismo. Es
más que probable que el Consejo Ártico por lo menos plantee tomar bajo estricto
control internacional cualquier actividad de Rusia en la región.
El
presidente ruso Vladímir Putin en múltiples ocasiones habló de la necesidad de
hacer una “limpieza general” en el Ártico. El gobierno
ruso destinó 2.300 millones de rublos (unos 77 millones de dólares) para estos
fines. Por lo visto con esto no basta porque en abril de este año los medios
informaron que en la limpieza participarían voluntarios. Si los voluntarios no
cumplen con esta misión, todos los rusos les tendremos que echar una mano.
Porque si no, algún país subtropical podrá exigir la expulsión de Rusia del
Consejo Ártico.
Un
equilibrio imposible
Si nos
centramos en la catástrofe ecológica del Ártico, habrá que reconocer que la
amenaza proviene precisamente de las condiciones climáticas que beneficiarían a
la Humanidad.
El
calentamiento que convertiría en navegable la ruta marítima del Norte destruirá
los únicos y extremadamente frágiles ecosistemas de las regiones polares. Los
osos polares se extinguirán. Se irán muriendo pero no del calor como aseguran
los 'verdes' sino del hambre, porque se extinguirán las focas, que son su
alimento principal. Y las focas se extinguirán porque desaparecerá el bacalao
polar, un pez que para el desove necesita aguas heladas.
Y las
aguas frías son altamente susceptibles a la los derrames de petróleo que no se
descompone sino se hunde hasta el fondo del mar matando a todo ser vivo.
De ahí
que hallar un equilibrio que permita aprovechar los recursos del Ártico sin
hacerle daño a la región es casi imposible.
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