Una de las sorpresas han sido bacterias capaces de degradar compuestos muy tóxicos acumuladas en el fondo marino por efecto de la actividad humana
CSIC
En el fondo marino, a 3.500 metros de
profundidad el agua se encuentra muy fría, entre uno y dos grados. La
oscuridad es total, pues la luz se dispersa y desaparece antes de los
doscientos metros de la superficie. A pesar de este hábitat hostil, allí
consiguen vivir distintas especies de virus y bacterias. De hecho, hasta un 86 por ciento del material genético recogido por científicos españoles
en estas regiones abisales, corresponden a organismos desconocidos que
han sido descubiertos recientemente. Se podría decir por tanto, que por
primera vez se secuencia el «genoma del oceáno».
Estas son algunas de las conclusiones de la Expedición Malaspina, presentadas este miércoles en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), un proyecto de investigación que integra a más de 400 científicos de todo el mundo.
Un viaje que se inició el 15 de diciembre de 2010 desde el puerto de
Cádiz, a bordo del buque de investigación oceanográfica Hespérides,
barco de la Armada Española, donde los investigadores estudiaron durante
siete meses el impacto del cambio global en los océanos y exploraron su
biodiversidad genética.
En el fondo del oceáno, los
organismos viven alejados unos de otros, pero la soledad del entorno no
es obstáculo para su supervivencia, ya que no necesitan juntarse entre ellos para reproducirse.
La supervivencia de las bacterias se basa en algo tan sencillo como
dividirse, para crear otra célula más parecida a un gemelo que a un
hijo. Acostumbradas a sobrevivir en las peores condiciones, no les
resulta difícil engañar a los científicos de la Expedición Malaespina,
haciéndose las muertas una vez que se ven atrapadas dentro de las
muestras de agua. Han sido casi 200.000 las que han recogido los
investigadores, obtenidas a profundidades que han llegado hasta los
4.000 metros de profundidad, en 313 puntos de los fondos marinos de los
océanos Índico, Pacífico y Atlántico.
«Nos estamos encontrando con que desconocemos la mayor parte de los genes,
pues no aparece nada parecido en las bases de datos de que disponemos»,
afirma sorprendido Josep Maria Gasol, investigador del CSIC que lidera
el área de microorganismos del proyecto. Una de las mayores sorpresas ha
sido toparse con bacterias capaces de degradar compuestos muy tóxicos que se han ido acumulando en el fondo marino por
efecto de la actividad humana, «hemos descubierto bacterias capaces de
degradar metilmercurio. Otras bacterias, utilizan los productos de la
degradación de estos compuestos tóxicos como fuente de carbono y
energía», confirma Gasol. La detección de estas «plantas de reciclaje»
del océano profundo permite a los científicos identificar aquellas
regiones con mayor cúmulo de sustancias tóxicas y utilizar estas
bacterias como sensores biológicos del estado de los ambientes donde
habitan.
El número de especies marinas utilizadas como fuente de
genes con interés comercial crece un 12 por ciento anual. El potencial
biotecnológico de los organismos marinos es grande, y más aún en el
océano profundo. Otros de los genes recolectados en Malaspina abren la
puerta a aplicaciones biotecnológicas en el campo de la medicina. Se
trata de sintetizar una nueva generación de antibióticos,
ante el agotamiento previsto de los actuales para las próximas décadas,
uno de los retos en el ámbito de la seguridad sanitaria a los que se
enfrentará la sociedad debido a la resistencia que comienzan a mostrar
algunas bacterias en la actualidad.
j. lópez garcía
http://www.abc.es
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